Llevaba ya unos días dándole vueltas a la cabeza sobre que
estaba pasando.
Todo esto era muy raro. No sabía qué hacer ni que pensar.
La reina, tras varios días de lágrimas inútiles se decidió a
hablar con su rey para arreglar la situación. Pero en este caso, el remedio fue
peor que la enfermedad.
Cuando ya todo parecía perdido, la reina miró al rey y con los
ojos llenos de lágrimas le suplicó que se quedara. Que no le importaba esperar
cien años a que todo mejorase, que no le importaba no verlo, ni siquiera no
hablar con él, pero que no se fuera. Porque lo necesitaba. No podía vivir sin
él. Su vida dejaba de tener sentido si él no estaba con ella.
“Creo en nosotros”
le dijo.
Pero el rey no quería hacer más daño y por eso debía irse definitivamente. Porque la amaba y no soportaba verla triste por sus continuos viajes. Pero por más que insistía en partir, la reina se aferraba aún más a no dejarlo marchar.
Y tras mucho pensar y conmovido por las lágrimas de su amada, el rey,cedió.