Bueno, como se supone que hoy tenía libranza en el trabajo y he ido por error, aquí estoy, de vuelta en mi casa así que vamos a sacar algo productivo de esta hora que me queda...
Hace unos días intenté escribir algo pero no hubo forma. Estaba muy poco inspirada y hasta me enfade porque no me salían las palabras. Hoy no es que lo esté mucho, de hecho, hace ya algún tiempo que no lo estoy...han pasado algunas cosas que me quitan un poco la paz y digo yo que influirá algo...Pero bueno, como no quiero ser monotemática como siempre os voy a contar una historia...vosotros juzgareis si os gusta o no.
Erase una vez que vivía una princesa en su castillo.
Era un castillo poco convencional, pero a ella le gustaba.
Y lo que más le gustaba era cuando iba a visitarla al castillo su príncipe azul.
Los dos eran muy felices y se amaban mucho pero un día al príncipe le sucedió algo. Algo terrible.
Se contagió de una enfermedad horrible que no le dejaba pensar y que alejaba de su lado a sus seres queridos.
Y, como era de esperar, abandonó a su princesa.
Ésta estaba muy pero que muy triste y no sabía como curar a su amado.
De veras que lo intentó todo. Pero nada daba resultado.
Un día, un día maravilloso, el príncipe parecía haber recobrado la salud, pero duró poco, ya que a los tres días, enfermó de nuevo.
La princesa, desesperada, no hacía más que alimentar la llama de su esperanza, confinado en que un día todo se arreglaría. Y le seguía regalando su amor y su cariño sin condiciones.
Y así siguieron, con días lucidos de la enfermedad del príncipe y días nublosos, pero allí estaba ella, al pie del cañón.
Resultó que un día, uno en los que el príncipe tenía las defensas más bajas, llegó una princesa de un reino lejano.
Pero en realidad, no era ninguna princesa, sino una horrible bruja bajo la apariencia de una doncella.
Y sólo quería secuestrar al príncipe para sí y alejarlo de su amada, de la persona en el mundo que más lo quería, que más lo comprendía y ayudaba.
Y lo consiguió.
Tras la desgracia, nuestra princesa no cesó en su empeño de rescatar al príncipe, pero todo era en vano. El hechizo era fuerte durante el día y el único momento en el que el príncipe pensaba con lucidez era durante la noche, donde a veces, el príncipe conseguía escapar de su cárcel mansión e iba a visitar a su querida princesa y le decía que la amaba, y realmente lo hacía.
La princesa, no sabía cuanto más podrían acompañarla sus fuerzas, ya que su corazón empezaba a latir muy despacito y ya sabéis lo que pasa cuando el corazón cada vez late más despacio...que llega un momento en el que deja de hacerlo.
Un día nuestra protagonista decidió hablar muy en serio con su príncipe y pedirle que intentara escapar con todas sus fuerzas para que pudieran estar juntos y volver a ser felices, empezar de cero...pero éste se había vuelto algo egoísta y comodón a consecuencia del terrible hechizo y no sabía de donde sacar el valor y la fortaleza para escapar de verdad de su hechizo.
Así que la princesa, con todo el dolor de su corazón, dejó de insistir.
Había dejado de ser feliz, no era ella misma, y aunque se moría por seguir manteniendo esa pequeña esperanza de amor que les quedaba, dejó de hacerlo.
Si el príncipe la amaba de verdad, lograría la forma de romper su hechizo, ya que nadie más podía hacerlo.
Mientras nuestro príncipe reunía el coraje para romper las cadenas de su cárcel, la princesa conoció a un joven aldeano que moraba cerca de su bonito castillo.
Tenía un hermoso caballo y de vez en cuando la iba a visitar al balcón de sus aposentos para cantarle sonetos.
La princesa, aún pensaba en su príncipe, no os lo negaré, pero cada vez le costaba menos asumir la triste realidad.
Y poco a poco, dejó que el joven aldeano recompusiera su muy lastimado corazón.
Si os soy sincera, no sé dónde está ahora el príncipe, y ni si sigue intentando romper el hechizo que tanto mal le está causando.
Lo que sí sé, es que si en algún momento lo lograra, acudiría corriendo a los brazos de su princesa, de su reina, de su amada, de su felicidad.
Él sabía dónde encontrarla.
Pero antes debía darse cuneta por sí mismo y marcharse unos días para aclarar su cabeza.
Se iría a tierras muy, muy lejanas, tanto que debía aprender una lengua nueva allí a dónde iba y así, ponerlo todo en orden. Porque el sabía que al regresar, solo querría ver a una persona que la estrechase en sus brazos y le diera la dosis de amor verdadero que tanto tiempo llevaba buscado.
Pero mientras esto sucedía, o no sucedía, la princesa también tomó decisiones y se iba dejando querer, dejaba que el apuesto aldeano le demostrara con hechos su amor hacía ella, mientras iba borrando así el recuerdo del tan amado príncipe.
Aún no he descubierto el final, y realmente no sé si quiero saberlo, al menos por ahora.
Sólo sé que a la princesa le había quedado claro que su tan apreciado príncipe, no era tan valiente como se pensaba y que para él, el amor que ambos se profesaban, no era razón suficiente para escapar de su prisión.
Y aquello era lo que la rompía por dentro.
Ver como se amaban, como se necesitaban, como se buscaban y no estaban juntos.
Así que sólo el destino sabrá lo que sucederá de aquí en adelante en la vida de nuestra pequeña princesa.
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