Antes de que se desvanezca el olor a tierra mojada y pueda
perder el sabor a lluvia voy a escribir lo que acabo de hacer hace apenas unos
minutos.
Zaragoza, 4 de julio a las 22:10. Truena.
Se oyen muchos truenos y se acontecen rayos y relámpagos. Se
oyen más y más. Casi no se dejan tiempo los unos a los otros.
Se oye el ligero repicar de la lluvia al caer sobre el
asfalto.
Llueve, pero dentro de mi habitación hace mucho calor.
Y decido salir.
Salgo de casa. Sólo llevo las llaves. No me importa nada
más.
Por suerte o por desgracia vivo cerca del campus universitario
y ese es el espacio que me queda más
cerca para poder disfrutar de la naturaleza.
Aunque solo haya cuatro pinos y unos trozos de césped poco cuidados,
es lo más cercano a la naturaleza que hay por aquí. Así es que sin querer
menospreciarlo, al contrario, me he dirigido allí.
Me he situado bajo el tejadillo de la facultad de geológicas
y me he quedado casi media hora debajo. Sentada en el suelo, en shorts y
tirantes mientras el viento llevaba las gotas de lluvia en mi dirección haciendo
que mi piel se erizara de frío. Pero no era un frío desagradable. Era un frío
de esos que te hace sentir vivo. Que de repente te hace volver a la realidad. Te
recuerda que estás aquí. Aquí y ahora. Que estás viviendo esos minutos de
felicidad. En la que solo estás tú y la lluvia.
Y durante esos instantes de felicidad no he pensado en nada
más ni en nadie más. Ni siquiera en mí. Ya que solo he sido capaz de admirar el
cielo y de ver como se iluminaba y se apagaba con las idas y venidas de los
rayos. Y de ver como la tenue luz de las farolas dejaba entrever la dirección
de la lluvia.
Y me he sorprendido a mi misma sonriendo y abriendo mucho
los ojos cada vez que un rayo iluminaba todo el cielo.
Y me he dado cuenta de que esas cosas, esos pequeños
detalles son los que marcan la diferencia.
Saber disfrutar de esos instantes únicos es lo que hace que
uno se sienta libre. Aunque sea solo
durante unos segundos. Pero sientes que no importa nada más .
Creo que deberíamos sacar tiempo cada día para encontrar
esos pequeños instantes de felicidad que hacen que el día sea único. Incluso memorable.
Deberíamos sacar más tiempo para la felicidad. Para aquellas pequeñas cosas que
nos hacen sentir bien y que no requieren de nada material en la mayoría de los
casos.
Os invito a todos, a los escasos lectores pero muy queridos
y respetados míos, a que hoy, mañana y cada uno de vuestros días sea memorable
aunque sea porque habéis salido a la calle a dejaros empapar por la lluvia o
porque os habéis dejado sorprender por las cosas más insignificantes que a su vez, pueden ser las que nos den esos
instantes de felicidad al correr bajo la lluvia. Y sentirte
vivo y...extrañamente feliz.
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